21/04/2013

A bordo de Norwegian Jade

Mantendré esta entrada en secreto para que no la vean mis amistades viajeras. Escribiré bajito. Qué pensarían de mí viéndome en el súmmum del todo incluído en vez de con la mochila y en algún autobús de la muerte. En el Norwegian Jade no hay de esto último, sólo comodidad y lujo. Hay que probar de todo, señora.

Siempre quise hacer un crucero, aunque estar rodeado de miles personas normales no parecía buena idea. Suele ser gente de clase media que juega a ser rica por unos días; les divierte estar en un ambiente de lujo, con asistentes y esas cosas. Por el contrario, me fascinaban los grandes barcos, unas auténticas ciudades flotantes que ni siquiera se pueden calificar como mastodónticos exceden en mucho al adjetivo. Éste, el Norwegian Jade, con 15 plantas y 300m deja pequeño al Titanic. En sus tripas hay piscinas, innumerables restaurantes, casino, teatro, tiendas, discotecas y una biblioteca que siempre estaba vacía. Los jacuzzis siempre llenos. Comida gratis las 24 horas, hasta con servicio de habitaciones. ¡Incluso una máquina de helados disponible siempre! Me sorprendió lo impecable que estaba todo, pues no había ni un rasguño en las escaleras o las moquetas, a pesar del uso continuado que se les daba. En el fondo es un lujo al estilo americano, es decir, sólo de fachada como en que se ve en Las Vegas pero sin demasiada esencia.

Me encantó la experiencia y yo no quería salir del barco. Los lugares visitados fueron secundarios y prescindibles. El Norwegian Jade enseguida se convierte en un hogar que te abraza. Lo peor es el último día: aparece un señor diciendo que hay que abandonar el barco y las vacaciones se acaban. Resulta trágico.
Norwegian Jade en Santorini.

Teatro con más de 1000 asientos.


20/04/2013

El libro ya está aquí


Tengo el libro de La vuelta el mundo Naranja en mis manos, por fin. 

Su elaboración ha sido mi principal ocupación durante los últimos dos años y medio. En él he puesto toda mi dedicación y tiempo, sacrificando otras cosas. Debía ser así porque es la única manera de que saliera adelante con el cuidado que cada detalle se merece. Tuve que hacer de redactor, editor, maquetador, corrector y mil cosas más. Muchas partes del proceso han sido realmente trabajosas y se pusieron cuesta arriba, pero el avanzar constante nunca me hizo desistir. Otras fueron muy divertidas y gratificantes; en general puedo afirmar que la tarea ha merecido la pena.

En él relato minuciosamente el viaje entero, sin olvidarme de nada ni nadie y ayudándome de los cuadernos manuscritos para revivir todas las experiencias. Al final han salido más de 300.000 palabras y más de 1.600.000 caracteres, ¡y eso es mucho teclear! Éste es el resultado: un único volumen de 440 páginas aprovechadas, tamaño cuadrado de 30x30cm, a color, contundente y se puede sentir al tacto.

No pretendo publicarlo y siempre tuve claro que sería un soporte para documentar la parte más personal del viaje. Contiene información privada y opiniones. Además hablo mal de los chinos y no quiero enemistarme con más de mil millones de personas gratuitamente. Sólo lo he compartido con un número de personas muy limitado.





No podían faltar los agradecimientos a las personas que contribuyeron a hacer grande esta experiencia:




 Este libro es un hito importante para mí. De algún modo pone fin a una etapa que comenzó con el viaje mismo y que después se ha estirado para exprimir cada parte que fue documentada. Ahora que el trabajo está terminado es momento para otros grandes retos sin tener que preocuparme que quedaba algo del anterior viaje por hacer. Aquí traigo un fragmento que aparece por ahí: 

Everest
Reflexiones:
Cuando sea viejo, esté enfermo y calvo, más calvo que ahora o, quién sabe, quizás no por haberse inventado el remedio contra la calvicie y todo el mundo luzca melenas deseadas, salvo aquellos modernos que para destacarse, se raparán la cabeza. Cuando esté en proceso de putrefacción, digo, y los años me hayan ido comiendo, nada podrá impedirme sonreír al recordar que en este viaje viví cosas grandes. Rescataré de mis recuerdos el día en el que llegué a Hong Kong y recorrí agotado una a una las plantas del laberíntico edificio Chungking Mansion sin saber dónde me metía. Recordaré también los desayunos en solitario en las mesas de madera de Krabi, los paseos por las concurridas calles de Katmandú con la cámara en la mano o el monzón que todo lo mojó cuando puse pie en Bali. Hasta las caminatas arriba y debajo de George Street de Sídney me parecerán recuerdos de lo más elevado. Sí, fueron experiencias y momentos vitales que guardaré para siempre. Pensaré y recapacitaré entonces que un día fui joven, saludable, curioso, enérgico, libre e independiente. Con 29 años conservaba todos los dientes y podía saborear zumos tropicales, era flexible y no tenía achaques ni enfermedades. Quería imaginarme que podría comerme el mundo entero, y lo hice, estando en un momento de máximo esplendor físico y sabiduría en desarrollo pero ya aceptable. Y quizás el paso por el Everest representa simbólicamente muy bien todo esto, haciendo coincidir el punto más alto del mundo con mi punto álgido vital como organismo vivo. Sí, lo hizo mi yo de joven y le felicito por ello. Cuando aparezca la degradación física, seré consciente que esos momentos quedaron atrás y sólo existen en fotografías, pero los podré traer a mi consciencia cuando quiera, y eso me hará feliz. Si las cosas se ponen muy feas, siempre puedo buscar una nube, subirme en ella y pedirle que me transporte a Aitutaki.